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Diez lecciones que aprendí trabajando con adolescentes
La primera vez que pisé un aula de Secundaria lo tenía claro: yo ahí iba a enseñar y ellos a aprender. Teníamos roles claros, definidos e intransferibles. Así lo había vivido yo en mi infancia y adolescencia y así pensaba que debía ser. Qué lejos estaba entonces de saber cuántas veces esos roles se iban a invertir, y cuánto iba yo a aprender trabajando con adolescentes. Hoy quiero compartir contigo las diez lecciones más importantes que aprendí trabajando con adolescentes.
No me refiero, claro, a contenidos curriculares (aunque, la verdad, en alguna ocasión sus preguntas me han ayudado a aprender cosas nuevas). Y tampoco a descubrir grupos musicales, escritores, películas… a los que nunca me hubiera acercado por mi propio pie: me refiero a lecciones de vida, esas que, supuestamente, solo pueden dar quienes tienen más años y experiencia.
Y sí, es cierto: los adolescentes a veces se creen que ellos lo saben todo y que nosotros no tenemos ni idea de lo que va el mundo. Eso es muy frustrante, claro. Pero la frustración no debería impedirnos ser conscientes de todo lo que nos pueden enseñar a diario.
De todas las lecciones que me enseñaron los adolescentes, de todos los regalos inesperados que me encontré trabajando con ellos, hoy quiero dejarte los diez que considero más importantes:
1. No lo planifiques todo al detalle: la vida es inesperada
A los adultos nos da mucha seguridad planificar, no dejar ningún cabo suelto. Y es verdad que la planificación ayuda mucho, pero requiere de mucha energía, y a veces nos hace ser más autoritarios y rígidos de lo que nos gustaría.
Voy a confesarte algo: mis mejores clases han sido las que han surgido por un comentario inesperado, o a raíz de una noticia de actualidad. Mis mejores momentos con mis hijos, de dejarnos llevar simplemente por lo que iba sucediendo. La percepción de que no hay un plan preconcebido es un gran estímulo para los adolescentes, que se manejan mucho mejor que nosotros en lo inesperado.
2. No escondas tus emociones
¿Qué madre o profesor no se ha quejado nunca de que los adolescentes se pasan la vida en una montaña rusa emocional? Es verdad, la intensidad emocional adolescente nos resulta muy difícil de sostener, y de entender (lo es hasta para ellos mismos), pero… reprimir las emociones puede llegar a ser muy dañino.
Los adolescentes me han enseñado que todas las emociones merecen su espacio: que permitirse vivirlas sin ocultarlas, ser capaz de decirle a alguien que nos pregunta que estamos tristes o enfadados, es un ejercicio de honestidad para con nosotras mismas y para con quienes nos rodean.
No solo eso: me he dado cuenta de que, cuando se les habla a los adolescentes con honestidad de las emociones adultas, en vez de protegerles de ellas, sienten que se les trata con mayor respeto, y responden con gran responsabilidad.
3. El amor no un vestido unitalla
A lo largo de todos estos años enseñando, he visto cómo mis alumnos pedían y manifestaban cariño de formas muy diferentes: tratando de destacar en mi clase, hablando conmigo en el patio… Pero también haciendo, para que les “mirara”, lo contrario de lo que se esperaba de ellos.
Y aunque todos mis alumnos se merecen el mismo cariño por mi parte, ellos mismos me han enseñado a no dárselo a todos de la misma manera: hay quien prefiere la discreción y quien necesita un “enhorabuena” público. Hay, también, quien necesita un “no” claro donde otros obtienen un sí.
Aún me queda un largo camino por andar en este sentido, pero tratar de darle amor a cada uno de la manera en que lo necesita es uno de mis mejores aprendizajes, porque cuando un adolescente se siente querido por el adulto que le acompaña, aprende a quererse mejor.
4. Pregunta, pregunta, pregunta
Sé lo que estás pensando: las preguntas adolescentes a veces van demasiado lejos, o parece que surgen de la nada. Y te confirmo que muchísimos profesores han llegado a creer, en una sarta de preguntas adolescentes, que les estaban tratando de tomar el pelo para no dar clase.
Puede ocurrir, claro, pero la realidad es que los adolescentes son así: sienten curiosidad por lo que les rodea, y además no se sienten mal por “no saber”. Ojalá pudiéramos conservar esa misma curiosidad, tan fresca, tan sincera y tan humilde, por el mundo.
5. Siempre hay un huequito para el postre
O, lo que es lo mismo: siempre hay tiempo para disfrutar, para darse un capricho, para beberse la vida.
Disfrutar es la palabra adolescente por excelencia, y razón no les falta. Ser capaz de disfrutar cada día, aunque sea de las cosas mínimas, es la mejor terapia contra la tristeza y un factor clave en la salud mental.
6. El grupo de iguales te da fuerza para ser tú mismo
Criticamos de nuestros adolescentes la falta de originalidad, que se vistan todos igual, que lo hagan todo en grupo… Pero no nos damos cuenta de que pertenecer a una comunidad, sentirse parte de ella, nos ayuda a formar nuestra propia individualidad.
¿Por qué? Pues porque en el grupo de iguales nos identificamos con personas que tienen nuestros mismos gustos, intereses… Nos sentimos aceptados y, con ello, construimos una imagen positiva de nosotros mismos. En definitiva: el aprecio de los otros influye directamente en nuestra autoestima.
Cuando nos sentimos seguros del afecto de otros y además nos queremos bien, tendremos el valor de “salir afuera” y mostrarnos como somos, sin escondernos.
7. La confianza no viene de serie: hay que ganársela
Sí, en una relación docente está claro quién manda, y al final somos nosotros quienes tenemos el bolígrafo rojo en la mano, pero… Ser jueces no significa que confíen en nosotros. Y solamente si los adolescentes confían en nosotros podremos llegar más allá de los contenidos, educarlos verdaderamente.
Y para eso hay que acudir a los adolescentes con honestidad, paciencia y flexibilidad. Porque solamente mostrándonos como somos, sinceramente, podremos construir una relación verdadera con los adolescentes, ganarnos su confianza y educarlos desde el corazón.
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8. Tu miedo puede acompañarte, pero no bloquearte
Los adolescentes sienten menos miedo que los adultos, y además lo vencen con más.
Es verdad, su etapa de desarrollo neurológico ayuda, y también es verdad que a veces son excesivamente temerarios y terminan en situaciones verdaderamente peligrosas, pero fuera de eso… ¿Cuántas cosas has dejado de hacer en tu vida adulta por miedo? ¿De cuántas te arrepientes?
Yo, personalmente, he aprendido de los adolescentes a no dejarme bloquear por mis miedos. A probar, a atreverme y a ser yo, y no mi miedo, quien lleve las riendas de la situación.
9. No des por hecho que la fórmula de ayer va a funcionarte hoy
Los adolescentes están muchísimo más preparados que nosotros para el cambio. Sí, es verdad, de nuevo ayuda su momento evolutivo: la adolescencia es un periodo de cambio constante.
Por eso, en muchas ocasiones, lo que funciona con unos no funciona con otros, y lo que funcionaba ayer no funciona hoy.
Créeme, como profesora lo he experimentado unas cuantas veces, y hay dos maneras de tomárselo: o bien nos desesperamos, o bien aceptamos, como aceptan los adolescentes, que la vida es cambio y que nosotros hemos de cambiar con ella, especialmente en estos tiempos de evolución tecnológica casi constante.
10. Amar es también dar espacio
El amor adolescente, entre iguales, tiende a ser simbiótico, pero el amor de los adolescentes a los adultos necesita de mucho, mucho espacio, lo mismo en casa que en el aula.
Y debemos aceptar que es así: se van a alejar de nosotros, quizá van a hacer lo contrario de lo que les decimos, pero necesitan saber que tienen nuestra confianza para equivocarse, y regresar. Y que también, cuando nosotros nos equivoquemos, vamos a tener ese espacio para regresar.
Porque todo amor sano, sea de pareja, de amistad o familiar, tiene mucho de confianza y de respeto a los espacios del otro, a su individualidad y a sus necesidades personales. Si nosotros, como adultos, aceptamos ese modelo que nos proponen los adolescentes, en realidad estamos alimentando el mejor modelo de amor que existe.
Estas son solamente las diez lecciones más importantes que he aprendido trabajando y maternando adolescentes (las lecciones que no me enseñaron los libros sino la práctica y, sobre todo, las que aprendí equivocándome) pero tengo muchísimas más.
Cuéntame, ¿cuáles de estas lecciones habías aprendido tú también? ¿O qué otras nos puedes sugerir?
3 comentarios. Dejar nuevo
Me encanta todo lo que dices y gracias porque aclaras muchas dudas.
Me gusta mucho leerte e intentar poner en practica tus consejos aunque a veces me cuesta ,ahi situcaciones que me superan. graciass
Te sigo ya hace algún tiempo y me encantan tus consejos y tú trabajo. Yo debo de ser una adolescente atrapada en un cuerpo de 48 años me parece fuerte escribir los años p no me hago a la idea. Será pq soy muy empática y casi sipre he vivido en el resente en el día a día. Creo que las relaciones entre madres y hijos se hacen desde que nacen hay que hablar disfrutar y estar en todas las etapas or muy duras que sean . Me encanta la relación de confianza que tengo con mis hijos poder hablar y expresar todos las cosas que puedan pasar por sus cabezas. Todavía me cuesta que tenga más confianza en si mismo. Y espero que vuelva a ser en algún momento más empático. Q ahora est muy radical, y si lo entiende pero no lo comparte y esa parte es la que me es más difícil pq no se h creído en una familia ni radical ni con pensamientos radicales. Ese tema me cuesta bastante. Anda que menuda chapa en un momento. Muchas gracias por todo.